La serpiente blanca

Publicado: 11 May, 2010 en Artiposts

De cuanto en cuanto los animales van al cielo, los mejores reencarnan y en su paso hacia la divinidad se convierten en humanos para, obviamente, mejorar (qué palabra tan genialmente arrogante). Una serpiente, blanca, gigante, hermosa. Un espíritu en busca de su ascensión vagaba y mejoraba a través de sus reencarnaciones para en algún momento; claro, si es que el tiempo esférico se desenrollara en una línea; alcanzar el Nirvana tan ansiado por cualquier ser. En este camino largo y tortuoso, y en una de sus primeras vidas (cuentan los poetas que fue hace ya más de mil años), la serpiente fue capturada por algunos campesinos y fue puesta a la venta para ser servida como un delicioso manjar en la mesa de algún ricachuelo de la época… Un hombre, un jovenzuelo más, un ser sin ninguna trascendencia mayor a la que podría alcanzarse por el estudio de sí mismo, se hipnotizó con la reptil, y gastando todos sus ahorros la compró… y la soltó para que viva como debe vivir tan hermoso animal, libre…

(Fin)

No… fin de esa vida. Pasaron 200 años y varias reencarnaciones. La serpiente nació convertida en la más hermosa de las mujeres de Hangzhou (fuente eterna de inspiración para los artistas chinos) jurando recompensar a aquel hombre que en los albores de su existencia la liberó. Lo buscó y lo buscó pero no aparecía. Perdió las esperanzas. Navegando perdida bajo la hermosura de un lago lluvioso, miró a lo lejos y allí estaba él, después de 3 reencarnaciones. Sí, el mismo insignificante hombre en otro cuerpo, pero con la misma alma. Ella lo sabía porque un fantasma tiene memoria a través de la muerte y ojos a través de las almas. Lo buscó.

La lluvia asesinaba la piel cual agujas al falso faquir. Al encontrarlo, la mujer pronta le regaló su paraguas. Él se enamoró de su belleza. Ella le dijo que si quería volver a verla, tenía que ir al final del puente del lago en 3 horas. – Tus padres no querrán. – No tengo padres, murieron hace mucho, y los tuyos. – Tampoco tengo, pero vivo con un tío. Pero no tengo ninguna dote que ofrecerte y menos para esa insondable belleza. – No importa a mí mi padre me dejó una pequeña riqueza y yo soy libre de elegir mi destino, dijo la serpiente. Se casaron. Él fue feliz. El destino le deparó una mujer muy hermosa, rica, que lo amaba, a quien amaba…

Pusieron un negocio, una farmacia. Prosperó. Prosperó mucho, y no solo por la calidad y la armonía con la que la pareja atendía a sus clientes, sino también porque un espíritu tiene poderes. La serpiente curaba. Y el matrimonio se amaba cada vez más. Un día, un monje budista llegó a la farmacia y el esposo lo atendió. – ¡Tú estás maldito! Un fantasma terrible vive en tu casa. La marca en tu frente lo dice. – Es imposible, no tengo padres, y sólo vivo con mi mujer, no puede haber fantasmas. – Entonces el fantasma es tu mujer, sino no me crees dale vino la noche de la fiesta de verano…

Él no le creyó, y la fiesta de verano aún estaba lejos. Pero si la duda es un alacrán que sube sigiloso por la pantorrilla, la curiosidad es una víbora que muerde sin piedad y sin aviso. – Mujer, toma este vino. – No mi amor, sabes que yo no bebo licor, me enferma. – Pero estamos en fiesta, prueba sólo un poco. – (Han pasado más de 1000 años, ya soy humana, no creo que por un poco pase nada)… La serpiente bebió.

La noche avanzaba y no había señal de que algo malo pase, el esposo estaba reconfortado. Salieron del festival y regresaron a casa. Ni bien pisaron su suelo, ella empezó a palidecer. Me siento mal, le dijo, voy a tomar una siesta. Él, que pensó que era alguna cosa de mujer la dejó y fue a revisar unas cuentas de la farmacia. Qué puede pasar, es sólo cansancio, el festival ha sido largo. La duda sembró su semilla, lentamente las imágenes subían cual hormigas rojas a través de su columna hasta llegar a su tálamo. Y si fuera un fantasma. Y si había dormido y vivido al lado de este ente despreciable. Por qué se sentía mal ahora. Qué dirían los demás. Cómo lo castigarían los dioses. Era un acto extremo de impureza, incluso acostarse con la peor de las bestias podría suplicar más misericordia que hacerlo con un fantasma del inframundo. ¡No! Salió corriendo al cuarto de su mujer, en busca de una mirada de solaz que reconforte su tan inocente conocimiento del funcionamiento del cosmos…

¡Abrió la puerta!… La impresión que quedó en la mirada del hombre, sólo se compara con el congelamiento casi brutal de sus tendones. Estaba inmóvil, no respiraba sólo contemplaba con los ojos a punto de salirse de sus órbitas aquella imagen infernal. Restos de piel humana y sangre se esparcían a lo largo de aquellas sábanas de seda en la que tantas noches hubo sido feliz. En medio, la imagen increíble de una serpiente gigantesca, tan blanca que casi dolían los ojos al sólo mirarla, tan tenebrosa que parecía que la tan amada, había sido devorada por ésta. – ¿Qué he hecho? Es un monstruo, una abominación. Las imágenes y esquizofrenias que se originaron en ese momento en la cabeza del esposo pueden ser sólo comprendidas por alguno de los 500 Budas que habitan en el cielo. La amargura, la tristeza, el odio hacia sí mismo, el miedo al castigo divino, el amor entrecruzado, el dolor, infinito dolor, sólo pudieron llevar hacia un camino…

Luego de 2 días de permanecer como una serpiente, la mujer retomó su belleza de esta vida. Al levantarse de esta hedionda cama con olor a desolación vio a su esposo muerto, tendido entre el suelo y la pared, atravesado con un sable enorme desde la boca del estómago hasta los pulmones. La serpiente entendió claramente lo que había pasado y lloró como nunca, más aún ahora que había confirmado su secreto. Estaba embarazada.

Los fantasmas tienen poderes. Eso dicen. Y como los tienen pueden hablar con los dioses. La serpiente fue al cielo a reclamar al Buda de la armonía el por qué de la muerte tan absurda de su esposo. – Los humanos no pueden juntarse con los fantasmas, es la ley. Ella no lo aceptó y le contó todo el infinito amor entre ambos. El Buda conmovido por aquella muestra de eso que no es amor, pero va más allá a través de las reencarnaciones, le otorgó una hierba celestial a la serpiente para despertar en la misma vida al marido finado. ¿Condición? Claro que hay una condición, siempre la hay, el marido tendría que permanecer en un templo con monjes hasta que ella vaya y lo saque de allí.

Pero a los monjes no les gustan los fantasmas. Los creen seres demoniacos, que traen sólo tragedias al mundo. Qué equivocados estaban, qué equivocados están. Inclusive los Budas saben el papel que los fantasmas ocupan y de su camino hacia la divinidad. La soberbia humana sigue estando en la cúspide de la estupidez. Pero sigamos, el esposo permaneció muchos años en el templo budista, recordaba todo el horror vivido, pero sobre todo recordaba a la serpiente. La perdonó. De alguna manera intuía que su vuelta a la vida había sido por ella, y a pesar de todo lo que los monjes le decían sobre aquel ser del mal, a él ya no le importaba ningún castigo eterno, mientras pudiera vivir sólo esta vida con ella, sólo este minuto con ella.

image Y la serpiente llegó al templo. Reclamó a su marido. Nadie la atendió. Volvió a hacerlo. El desprecio cundía entre los monjes que a pesar de ver a una hermosa mujer con sus ojos, sentían a un fantasma al frente. No es que sea malo, sólo es desconocido, y al serlo le temían. Jamás le entregarían al esposo ausente. La serpiente ya no soportaba más, inundó el pueblo, el templo, destrozó cuanto pudo con el rencor que sólo el amor te puede dar. Los monjes aceptaron entregar al marido…

Una caja. Ábrela es nuestro regalo para el momento en que quieras capturar a la serpiente. El monje que le dijo lo del vino, ahora le dio un cofre al marido antes de irse. El marido salió corriendo, jurando nunca abrir dicha caja.

Caminó y caminó. Hasta que por fin, vio a su amada a lo lejos. Se reencontró con ella… Fueron felices… Un minuto. Dos minutos. Porque mientras se abrazaban y se sentían a lo largo de la esfera atemporal a la que algún día llamaremos tiempo, la caja se resbalaba de la bolsa del marido y se abría en la orilla del lago donde se conocieron.

¡Entra! gritaron los monjes, y la mujer, fantasma, serpiente entró a la catastrófica caja, de la manera en la que una flor de loto sería succionada por las aspas de un molino. El marido se desvaneció lentamente, como si alguien le estuviera quitando gramo a gramo el alma, mientras su mujer entraba en el cofre. El marido murió, esta vez ya para siempre. Y la mujer quedó encerrada mil años más, convertida en la Pagoda blanca más grande y bella del lago de Hangzhou en China esperando que algún día alguien la libere y poder volver a estar junto a su amado, aunque esta palabra ya quedó demasiado pequeña… Ustedes entienden…

Franco

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